Los condenados no gritan 1950
Director:
Vincent Sherman
Guión: Harold Medford/ Jerome Weidman (relato: Gertrude Walker- El título proviene de la obra
de Eugene O’Neill: “Mourning becomes
Electra” en la que el protagonista dice a su hermana: “no llores… los condenados no lloran”).
Música:
Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Ted
McCord
Montaje: Rudi Fehr
Dirección artística: Robert Haas
Productor: Jerry Wald-Warner Jerry Wald
ha producido también numerosas películas negras como: The Unfaithfull de Vincent
Sherman, Mildred Pierce, Key Largo, Dark
Passage, Flamingo Road antes de The damned don’t cry. Siguen: Caged, Storm Warning, Clash by
Night...
Joan Crawford (Ethel Whitehead / Lorna Hansen Forbes) |
Steve Cochran (Nick Prenta) |
David Brian (George Castleman) y Hugh Sanders (Grady) con Joan Crawford |
Kent Smith (Martin Blankford) con Joan Crawford |
Selena Royle (Patricia Longworth) |
Cómo le pasó a Charles McGraw revelado con The
threat, Roadblock y His kind of woman, entregas de la RKO de Howard Hugues, Steve Cochran es otro actor que
demuestra ser un icono casi exclusivo del cine negro, con el físico correspondiente más moderno que
los famosos de la primera década (años 40 del siglo XX). En su dirección de
películas con las grandes mujeres de su época, prácticamente una sola vez, con The Damned don’t cry, Vincent
Sherman ha podido contar con un actor al nivel de la protagonista, aquí Joan
Crawford. En Affair in Trinidad (1952), Rita Hayworth domina la situación
–más que en Gilda –frente al pálido Glenn Ford y en Nora Prentiss (1947),
Anne Sheridan deja atrás al limitado Kent Smith. Volvemos a encontrar aquí a
este último en una interpretación (mejor que la del médico amante de Nora Prentiss) de un pequeño contable
reconvertido en la mano derecha del jefe de un grupo mafioso, David Brian.
Tanto este último como Kent Smith no consiguen equilibrar el casting frente la
fuerza arrolladora de Crawford… Hasta que aparezca Nick Prenta, o sea Steve Cochran. De inmediato la pareja
se forma en total armonía. El idilio no dura mucho tiempo porque ella ha sido
manipulada por Brian y Smith para espiarlo y estos dos malos se encargan de
acabar con Cochrane. Pero este corto momento de carisma incandescente refuerza
el drama que vive la Crawford como tantas otras veces en su carrera –pensamos
por supuesto en la otra película negra con la que comparte con Mildred
Pierce (Michael Curtiz-1945) la misma estructura en flash-back y el
tema de la ambición, del sueño americano del éxito. The Damned don’t cry
consagra la modernidad de la actriz, si todavía hacia falta, para algunos espectadores reticentes hasta
ahora. El que no tiene ambiciones es Vincent Sherman que, como siempre hasta
que tome las riendas de la producción con Affair in Trinidad, ha
preferido siempre obedecer al proyecto
de la productora y borrarse para servir mejor el ego de las grandes estrellas,
de Crawford a Bogart con quien rueda su primera película (de terror) en 1939 y
que recordamos en este Blog con All through the night (A través de la noche-1941) con el mismo
Bogart. Aquí con Joan Crawford, después
de Anne Sheridan y antes de Rita Hayworth,
Vincent Sherman confirma su fama de director
de mujeres. En cuanto al equipo técnico, nos encontramos con el clásico
estilo que la Warner utiliza con el género: un montaje seco y eficaz, unos
dialogos cortos e incisivos, una fotografía de Ted McCord bien estudiada, sobre todo cuando se trata de la cara de
la protagonista, pero sin elementos particularmente destacables.
Notamos que David Brian, después de su primera aparición no acreditada en unas
escenas añadidas en 1949 de G-men
(William Keighsley-1935) ha trabajado
con Joan Crawford en Flamingo Road (Michael Curtiz-1949)
y con Bette Davis en Bewond the Forrest (Más allá del bosque-King Vidor-1949)
antes de The damned don’t cry. Encontrará de nuevo a Crawford en el drama This woman is dangerous (Felix
Feist-1952).
El
asesinato de Nick Prenta abre la obra con esta macabra secuencia de un cuerpo
lanzado desde un coche y rodando por una duna cerca de Desert Springs, su descubrimiento a través de la focal del visor de
un goniómetro y la contemplación perpleja que provoca el muerto en la mirada de
algunos policías… Pero volvemos a Joan Crawford (Ethel Whitehead).
El
drama empieza con la muerte del hijo. El evento, mayor dolor para la madre, empuja a Ethel en
abandonarlo todo. ¿Todo?: una vida de ama de casa que se sacrifica para llevar
adelante a su familia y la de sus padres mayores, un marido, obrero en una
petrolífera, que gestiona el presupuesto
con mano dura, un pueblo perdido que más tarde, conducirá a unos periodistas a
concluir la película con esta réplica sarcástica:
-¿Crees
que volverá a hacerlo?
-Claro.
Parece evidente cuando uno vive en un sitio perdido como éste.
Traducen así este sueño americano que
corresponde exclusivamente al éxito social y material y que Ethel va a querer
realizar, pase lo que pase.
¿Se
aprovechará la mujer de este abanico de sentimientos que abren los hombres
cuando quieren conquistarla, y que va de la generosidad material a la
violencia, pasando por el chantaje emocional o las exigencias matrimoniales?
Ethel no se limita a ser la pequeña provinciana dispuesta a todo en la gran
ciudad: es la Joan Crawford luchadora e inteligente que sabe moverse en el
mundillo de los por-mayoristas de la confección de moda donde Ethel trabaja
como modelo, esperando ser un día presidenta de los EEUU de América. Encuentra
al pequeño contable Kent Smith, sin-ambición-que-vive-con-mama y consigue
arrastrarlo en la búsqueda del éxito material y social. Las relaciones de
Ethel-Crawford permiten a Kent Smith tener cada vez más clientes hasta su
encuentro con David Brian.
Éste,
como pasa con Ben Tucker (el actor Roy Roberts) en Force of Evil (La fuerza del destino-Abraham Polonsky-1948),
quiere legalizar su enorme sistema de apuestas comprando hipódromos y
reunificando bajo su único mando a los más pequeños que él. Como el abogado
John Garfield en la película de Polonsky, el contable Smith se transforma en la
mano derecha de Brian, empujado por Ethel-Crawford. Nick-Cochran se resiste:
tiene la costa Oeste y poco a poco, ira formando un grupo de opositores al
proyecto de David Brian.
El trío
Brian-Smith-Crawford cede la plaza a la pareja Brian-Crawford: el magnate
instala a su amante como a un escaparate: contrata a una especialista en
decoración de la jet-set del club selecto hollywoodiano (Selena Royle), para transformar a Ethel en Lorna Hansen
Forbes, o sea la Crawford presidenta de Pepsi-Cola. La actriz, después de
simular con talento el aprendizaje, ya
no tiene que actuar: es ella misma… pero no del todo.
Cuando el jefe Brian la convence para ir a
California y espiar a Nick-Cochran, cuando se enamora de este antepasado de un Joachim
Phoenix que, medio siglo más tarde, parecerá
haber nacido de sus cenizas, cuando se da cuenta de que el éxito social y
material que ha conseguido era la doble cara de la corrupción y el crimen, es demasiado
tarde:
…nunca
hemos visto a la Crawford recibir tantas palizas, aparecer delante del público
como una muñeca de viejos trapos que uno tira al suelo, el otro contra un
mueble, el tercero en los brazos del jefe… Matan al hombre que ella quería,
éste muere sabiendo que ha sido traicionado por la mujer que quiere: el melodrama
está servido pero estamos de pleno en el negro más clásico: los intercambios de
disparos llegaran hasta la humilde casa de los padres de Crawford en el pequeño
pueblo. Y, como lo piensan los periodistas que vienen a entrevistar y sacarle
la foto a Ethel-Lorna Hansen Forbes, herida por balas, parece evidente que Joan Crawford abandonará de
nuevo este sitio perdido.
Blogs
de memento